VALPARAÍSO. LA CIUDAD DE LOS CERROS.

Añadimos un nuevo  relato de viaje; esta vez le toca a Valparaiso (Chile)

VALPARAÍSO. LA CIUDAD DE LOS CERROS. José Luis Angulo

“ Trato hecho”, acababa de comprometerme con mi amiga Lita Donoso a pasar un fin de semana inolvidable… al menos eso me dijo ella. “ Tu no conoces el Valparaíso que yo te voy enseñar. Atrévete a descubrir la cara oculta de mi ciudad ”.

Mi primer encuentro con Valparaíso sucedió de forma fortuita. Hace unos años estaba escribiendo un reportaje sobre las casas de Pablo Neruda ( ver Cartographica n° 4 ), mi deseo era visitar la famosa residencia de Isla Negra, pero mi sorpresa fue enorme al enterarme que en Chile existían dos casas-museo más; la Chascona en el barrio de Bellavista en Santiago y la Sebastíana en Valparaíso, por tanto debería incluirlas en mi reportaje. Confieso que al principio mi único interés en Valparaiso fue la casa del Premio Nobel..

Me dirigí a la Terminal Oriente de Santiago y compre un billete de Tur Bus; busqué mi asiento y me acomodé. Poco a poco el autobús se fue llenando y a la hora indicada apenas quedaban 3 o 4 asientos vacíos. Los autobuses modernos no me gustan, se parecen más a impersonales aviones que a cualquier otro medio de transporte. Grandes cortinillas, que retiré enseguida, impiden ver el paisaje y parece que lo más importante

en estos desplazamientos es llegar y no el trayecto en si. Tarde casi dos horas en llegar a Valparaíso. Según me habían indicado, una vez allí debería coger “el colectivo” n° 5 que me llevaría muy cerca de la casa del escritor. Así lo hice, lentamente el vehículo se encaramó por los cerros circulando por sus estrechas callejas.

Mi visita a la Sebastíana fue tranquila y reposada. Me deleite con cada uno de los objetos almacenados en la casa y con las explicaciones de la joven guía que me enseñó los mil y un cachibaches expuestos en las habitaciones. Pancha, así se llamaba la guía, era una chica rubia, de pelo largo, estudiante de Literatura y que trabajaba allí para pagarse sus estudios. “ Soy una enamorada de la poesía de Pablo Neruda, tendría que pagar por trabajar aquí. Espero que no se lo diga Ud. a mis jefes”, me dijo con un gesto de complicidad ”. No te preocupes que no te voy a chantajear”, le contesté, guiñándole un ojo.

En aquella ocasión se estaba celebrando en la Sebastiana una exposición titulada: “El Club de LaBota“. Pablo Neruda y unos amigos fundaron el 3 de junio de 1.961 este selecto club. El único requisito para pertenecer a él, y merecer el honor de llamarse “ botarate“, era dibujar sobre una servilleta de papel y con los ojos vendados, un cerdo. Esta ridícula cláusula, era sólo un pretexto para juntarse y beber cerveza en unas interminables y divertidas veladas.

Disfrute mucho mi primera visita a la Sebastíana ( luego he regresado en varias ocasiones) y como en los buenos guisos el tiempo no me inquietaba. Tome notas, hice dibujos, e intente revivir para mi, lo que el poeta chileno había creado para él y los suyos. En Pablo Neruda me interesa más el personaje y no tanto el poeta. El autor de libros tan conocidos como “Canto General”, o “ 20 poemas de Amor” era un vividor, un viajero, un disfrutador a tiempo completo. Coleccionaba cualquier cosa y no había objeto, por extraño que fuera ( seguro que estos eran los que mas le interesaban ) que no deseara para su colección. ¿ Cuando se puede terminar una colección de conchas de mar, de mascarones de proa, de botellas de cristal, o de ..?

Concluida mi agradable visita en la casa, decidí aprovechar el viaje y dar un paseo para ver lo más interesante de la ciudad. Saque una pequeña guía que llevaba en mi mochila y comencé su lectura.

Juan Saavedra llegó en 1.536 navegando desde el puerto del Callao en Perú para llevar provisiones a la expedición de Diego de Almagro, bautizo las tierras de los indios changos como Valparaíso, en homenaje a su ciudad natal española. Lo que en principio fueron unas sencillas casas pronto se convirtió en una gran ciudad . Se construyeron edificios, iglesias y un castillo, el Castillo de San Jose, ubicado en el cerro Cordillera. Durante los siglos XVII y XVIII su actividad creció sin parar, pero fue con la independencia del país, a principios del siglo pasado, cuando el puerto de Valparaíso se transformo en un enclave estratégico

de las rutas marítimas. Las naves que bordeaban el Cabo de Hornos y llegaban desde el Océano Atlántico al Pacifico trajeron a la ciudad, ingleses, alemanes, franceses, españoles y gentes de otras nacionalidades. Los barcos tardaban a veces hasta 40 días en descargar su mercancía, lo que convertía el puerto en un permanente ir y venir de personas. Los nuevos ricos surgidos de la industria del cobre, de la plata, y por ultimo del salitre decidieron edificar en la urbe sus grandes y ostentosas casas. La ciudad fue pionera en muchos adelantos técnicos. Los primeros tranvías circularon por alli antes que por otras, las calles tenían tendido eléctrico, había canalizaciones de gas y teléfono. Pero con igual rapidez que llegó la ostentación y la riqueza, pronto se esfumaron. La apertura del Canal de Panamá, supuso para la navegación en esta parte del mundo un grave traspiés. Muchas empresas se trasladaron a Santiago y muy lentamente la ciudad se fue

deteriorando.

Valparaíso fue para mi, como una de esas pequeñas cajitas musicales que al abrirlas te sorprenden con una agradable melodía. La ciudad es una delicia y hay que descubrirla de “ a poquito “, como dicen sus habitantes. Cada rincón, cada esquina, cada calle tiene algo que enseñarnos, solo hace falta tiempo y yo lamentablemente en aquella, mi primera visita, no lo tuve. Como dos amantes que al separarse se prometen amor eterno prometí a Valparaíso que volvería.

“ Valparaíso hay que mirarla desde abajo y hacia abajo “ me dijo un camarero parlanchín del hotel donde me alojaba. Era mi segundo viaje a la ciudad y había decidido quedarme varios días en ella. Orgulloso de su ciudad natal me recomendó unos trucos para pasear por sus calles. ” Siempre debes mirar hacia arriba y mientras veas casas sigue subiendo, móntate siempre que puedas en los elevadores, cuando estés en lo alto y ya solo veas el cielo y las nubes por encima de tu cabeza comienza a bajar. Es cansado pero divertido. Cada barrio tiene su propia personalidad.” . Decidí hacerle caso y comencé mi paseo. Miraba con detenimiento las ventanas, las puertas, los brillantes y sobados adoquines de las calles, las chimeneas, los gatos, los pequeños jardines particulares arrancados a los cerros, las tiendas de comestibles, los jóvenes estudiantes ataviados con sufridos uniformes, locales reconvertidos en pequeñas galerías de arte

. Valparaíso me atrapo. Tiene algo de decadente y mucho de nostálgico. Su esplendoroso pasado es tan patente que en algunas ocasiones se apodera del forastero, pero Valparaíso no seria la misma sin el mar, es una ciudad

nacida de una perfecta simbiosis con el océano y eso se respira en cada rincón. La forma más sugestiva de llegar a la ciudad es en barco, pero hoy en día ya no es tan fácil como cuando los grandes trasatlánticos arribaban a la ciudad después de largas travesías oceánicas. Lo que hice fue dar un paseo por la bahía en las barcas que ofrecen la excursión desde el puerto. Por la tarde los colores adquieren unos tonos tranquilos y serenos, todo parece discurrir más lentamente. Las luces artificiales van poco a poco apoderándose de la ciudad convirtiendo estas horas en un espectáculo gratuito de inusitada belleza.

Pero volvamos al principio, con Lita Donoso, mi anfitriona en” la ciudad de los cerros” en esta ocasión.

Llegamos a la ciudad un sábado a primera hora de la tarde. Lo primero que hicimos fue dirigirnos al Palacio Baburizza, un derroche de arquitectura art nouveau. Construido a principios de siglo, fue residencia de Pascual Baburizza, un importante ricachón de la época del salitre. El motivo de nuestra visita era ver una magnifica exposición de fotos de Harry Olds. A finales del siglo pasado este fotógrafo norteamericano llegó a Valparaíso y retrato con sus cámaras la incesante actividad callejera de la ciudad. Confieso que fue un golpe bajo. Me encanta la fotografía en blanco y negro y en aquella ocasión jugué a imaginarme lo que habría sido de los personajes anónimos que aparecían en las fotos y que seguramente ni siquiera tuvieron la oportunidad de verse retratados. Con cada foto recreaba una historia .Ante mis ojos desfilaban las lavanderas, el panadero subido en un burrito, el verdulero, el ferrocarril urbano, el malecón de embarque, la avenida Errázuriz, el ascensor de cerro Cordillera etc Por supuesto, compré el magnifico catálogo editado para la ocasión. Desde allí nos dirigimos a otro lugar desconocido para mi, la casa de Lukas. El humorista Renzo Pecchenino llegó a Chile desde lejanas tierras y pronto gracias a sus magníficos dibujos se convirtió en un magnifico biógrafo de la ciudad. En sus viñetas, este agudo observador reflejó fielmente la sociedad chilena plasmando las costumbres de los porteños. En su casa- museo se pueden contemplar una

interesante muestra de sus dibujos. Al salir, Lita decidió que era un buen momento para tomar un refresco. Mi amiga me comentó entonces que la ciudad posee el diario, el Mercurio de Valparaíso, más antiguo que se publica en castellano. Se imprimió por vez primera el 12 de septiembre de 1.827 y en sus inicios sólo aparecía dos veces por semana, los miércoles y los sábados, fue a partir de 1.829 cuando comenzó ha editarse diariamente. Entre una y otra historia iban trascurriendo las horas. Anécdotas, chismes, personajes, etc iban apareciendo en escena de la mano de mi guía particular. Me hablo también del cementerio donde sobresale entre otras muchas tumbas la de Nataniel Bogardus, el primero que trajo el circo a Valparaíso, de los piratas Francis Drake, Thomas Cavendish, Richard Hawkins y otros. Héroes para algunos y villanos para otros, consiguieron con sus tropelías y muy a su pesar que la ciudad se fortificara. Mi amiga me narró también alguna historia de burros y que debido a la topografía de la ciudad se convirtieron en el animal preferido para el transporte, de los esclavos, que desde mediados del siglo XVIII poblaron los atiborrados mercados, haciendo que algunos porteños se enriquecieran con tan abominable comercio, de los contrabandistas, de los antiguos boticarios alemanes llegados a la ciudad tras la expulsión de los jesuitas de Chile, de los balleneros norteamericanos, de los desfiles, de los boliches, de los bomberos, de los bares del puerto con ambiente marinero y donde todavía podremos charlar con algún viejo y nostálgico lobo de mar, de los fuegos artificiales que se celebran cada final de año y que reúnen a miles de chilenos y

forasteros, de los ascensores de estrechas cabinas, todos iguales y todos distintos, de las arquitecturas inverosímiles desperdigadas por cada uno de los cuarenta y dos cerros que conforman la ciudad. La conversación y el buen pisco hicieron que las horas pasaran sin darnos cuenta, estaba ya anocheciendo y

nuestros estómagos empezaron a reclamar algo más consistente. Cenamos en un restaurante que parecía sacado de otra época. Los muebles eran antiguos y las maderas del suelo crujían a nuestro paso; las mesas estaban iluminadas con velas. Lita pidió erizos, cholgas, choritos, locos, machas a la parmesana y otras exquisiteces que fueron desfilando por nuestros platos. Al terminar y ya en animada tertulia, uno de los músicos que había amenizado la cena con sus melodías se acercó a nosotros. Resulto ser un noctámbulo empedernido y nos recomendó alguno de lo que él denominó “sus campos de batalla”. “ No dejéis de ir al Valparaíso Eterno; es un edificio viejo y parece derruido, en su interior no hay ni paredes, parece el decorado de una película de supervivientes a lo Mad Max, pero la música y el ambiente son …” ( hizo un gesto con el

pulgar de su mano derecha hacia arriba ). Por supuesto, fuimos. La noche fue larga, divertida y sorprendente. El último local que visitamos, el Cinzano, dejó en mi un recuerdo imborrable.¿ Como definir un clásico de las noches porteñas ?. Todo en él tiene historia. Sus camareros, sus mesas, sus manteles de hule, sus añejas botellas, sus tragos únicos e irrepetibles, sus calendarios y sobre todo los cantantes de tangos que cada noche hacen que la temperatura de este decadente local suba varios grados. A punto de abandonar el local subió al escenario una mujer de edad incierta que bien podría ser mi abuela. Iba vestida con un traje azul, agarro el micrófono, se colocó sus enormes gafas de culo de botella, saludo y empezó a cantar. Aquella actuación me pareció sublime. La mujer tenia una fuerza contagiosa, desde luego no cantaba como los ángeles pero consiguió trasportarnos al paraíso. Los que me conocen saben mis pocas, por no decir nulas cualidades para el baile, pero al oír los primeros sones de su última canción, “ el baile del chispi chispi”, algo en mi interior me obligó a salir al pequeño escenario. Mi pareja, Pía, no daba crédito a lo que veía. Me movía

por la pista con una soltura difícil de igualar, parecía que hubiera nacido para el baile, disfrute tanto aquel momento que al acabar la canción me acerqué a la señora y le di dos besos, ella me correspondió con una enorme ternura. Desde aquel momento Valparaíso, el Cinzano y el baile del “ chispi- chispi están eternamente ligados.

Pero la noche no pudo ser perfecta. Al regresar al coche, un carabinero ( policía ) con una actitud prepotente

y chulesca nos multó por tener el vehículo mal aparcado. Me indignó su comportamiento altivo y mal

educado, sin referirme por supuesto, al tremendo “olor a trago” que llevaba “el servidor de la patria”. El grupo lo formábamos, dos chilenas algo “ curaditas “( borrachas), Daniel, un argentino sin pasaporte en aquel momento y un servidor. Por aquellas fechas las relaciones hispano-chilenas no atravesaban su mejor momento a causa de la detención del dictador Pinochet, por lo que decidimos no mostrar nuestro enfado y mantenernos respetuosos y obedientes con el uniformado.

Al día siguiente, domingo, acudimos a un mercadillo de antigüedades al aire libre. Compré una magnifica primera edición de las obras completas de Pierre Loti a un precio irrisorio.

Valparaíso es mucho más que una ciudad, su grandeza esta en las pequeñas cosas, en los detalles. Tiene alma y personalidad propias y como un buen beso siempre sorprende y siempre sabe distinto.

Lita Donoso tenía razón, la cara oculta de su ciudad me había cautivado.

Por cierto, mi amiga llega

a Madrid a finales mayo, ahora me toca a mi lanzarle el órdago de “ atrévete a descubrir Madrid conmigo”. Se que lo hará.

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