Reportajes Club Marco Polo 2008: primer premio

Presentamos el primer premio de reportajes del pasado año 2008 que nos envió Jesus A Colmenares

EL PORTEADORperu1

Cuando uno viaja a un país extranjero de esos mal llamados “exóticos”, espera encontrar en él  todo  aquello que las guías y folletos   enseñan habitualmente  a los turistas : esa maravilla arquitectónica, aquella playa paradisíaca, el mercado mayor del mundo o cualquier otra cosa diferente de lo que se  tiene en el  país de origen.

Normalmente uno cree que cuanto mas vea, cuantos más kilómetros recorra o cuanto mas caro resulte el viaje, mejor habrá sido éste. A lo mucho,  uno aspira a conocer algo de su cultura , de sus costumbres ,  pero eso sí, siempre  desde nuestra perspectiva de turista y sin abandonar para nada nuestra visión “lastimera” de “esas pobres gentes que son capaces de vivir con tan poco ”.

peru_2Algunas personas que  se sienten atraídos por este tipo de  viajes, los buscan  cuanto mas raros e inéditos  mejor, y si es posible,  aquellos en los que no haya estado el amigo o el compañero de trabajo. De esta manera, cuando uno  vuelva,  podrá  contar las cosas tan increíbles  que ha visto, las gentes tan extravagantes o los lugares tan indescriptibles que ha visitado.

Como recuerdo, traeremos en nuestra mochila los más diversos  e inútiles  objetos. Cuando mas raros mejor. Objetos que la mayor parte de las veces habrán sido comprados en las típicas tiendas para turistas, mercadillo  o en el aeropuerto del país al tiempo de abandonarlo. Unos para los padres, otros para los amigos, otros para no se sabe quien, y  el resto  para casa  pues “quedan muy monos en aquella pared o encima del mueble del pasillo”.

Desde que  empezamos a preparar nuestro viaje a Perú, presentí  que este iba a ser distinto a los demás.  Por no se que motivo, algo me decía que esta vez me traería en la mochila algo diferente, algo distinto. Y a fe que así fue.

En principio, no se diferenciaba nada de aquellos viajes “tipo” ofrecidos por las agencias especializadas en viajes alternativos, de “aventura” los llaman, pues algo de eso si que tienen.

Desde el primer momento todo fue según lo previsto. Los hoteles eran confortables, la comida buena, los guías amables.  Todo encajaba dentro del esquema típico de un “bonito viaje”. Pero algo había,  que lo iba a hacer diferente.

Como la gran mayoría de los viajes a ese país , el nuestro incluía aquellos destinos obligados: Lima, Cañón del Colca, Puno y lago Titicaca, la ciudad del Cusco y todo su tour turístico, y por supuesto Machu-Picchu. Sin embargo, esta vez decidimos llegar hasta esa ciudad sagrada a través del Camino Inca.

Se trata de uno de los más famosos trek de toda Sudamerica, frecuentado por los turistas y al que solo se accede peru3previo permiso del gobierno peruano y siempre a través de una de las agencias autorizadas. Cada grupo parte con sus guías y con sus porteadores, nativos que por unos cuantos soles cargan con  los bultos que servirán para montar los campamentos, llevar la comida y todo el material necesario para la caminata.

Los turistas mas atrevidos llevan  sus propias  mochilas, mientras que otros optan  por contratar un porteador para tan pesada carga. Y es uno de estos personajes  el protagonista de mi historia. El porteador.

Estábamos llegando al paso de Wuarmiwañusca o “Paso de la mujer muerta” cuando me quedé rezagado del grupo al entretenerme para hacer algunas fotografías. A mi lado pasaban los porteadores con esos enormes bultos a la espalda. Dicen que con 25 kilos de carga como máximo, aunque algunos parece que llevan muchos más a juzgar por el volumen de sus atados. Su calzado, unas pobres sandalias de tiras de cuero o en el mejor de los casos unos deportivos baratos, contrastan con nuestras inmejorables botas de montaña, con su “gore-tex” y  su suela antideslizante. Casi sin hablar remontan las interminables pendientes  llenas de escalones  y bajan deprisa para llegar antes que el grupo y tener montado el campamento para cuando lleguen   los turistas. Nuestros cuerpos, poco habituados a la altura, padecen las consecuencias del esfuerzo y cansados y sudorosos llegamos cuando todo esta perfectamente instalado.

De repente, a un lado del camino observo como uno de ellos ha dejado su pesada carga en el suelo y sobre una piedra descansa jadeante.  A medida que me voy acercando puedo observar su rostro desencajado, su piel morena llena de sudor  y su boca abierta. Parece mayor, no puedo imaginar su edad, pero sus rasgos curtidos delatan una vida larga y trabajada. Al pasar a su lado, el viejo tiende su mano y  con voz temblorosa y quebradiza me dice: “Que hay amigo. Unas hojitas por favor. Las mías se me han terminado”. Al principio casi no entendí  lo que decía, pues su acento,  mezcla de  quechua y español, hacía difícil su comprensión. Inmediatamente comprendo que lo que me esta pidiendo es “ayuda” para subir la empinada cuesta.

Sin dudarlo dejo mi mochila en el suelo y me dispongo a sacar la bolsita con las hojas de coca que aún guardo  y que voy a compartir con esa persona. Para él,  las hojas de coca es algo natural, un alimento que alivia su cansancio y le ayuda a llevar mejor su pesada carga. Para mi una forma de acercarme y participar de  la cultura de estas gentes.

En el  mismo momento que  pongo sobre su mano las hojas de coca me indica que tome yo otras sobre las mías y las cierre dejando en el interior  “las sagradas hojas”. Ambos levantamos las manos y en su  ancestral lengua  quechua oigo musitar algunas palabras que lógicamente no entiendo:  “Apu Salkantay. ……..Apu Verónica,……. Apu Machu Picchu,……..” Al terminar ,  con una sonrisa en el rostro, pone las hojas dentro de su boca al tiempo que yo hago lo mismo y es en ese momento cuando percibo que estamos  realizando algo sagrado, algo que para mi resulta extraño pero para el porteador es un acto natural y que forma parte de su propia vida.

Emocionado por el rito, le pido explicación:  “Siempre hemos de dar gracias a los apus. Ellos nos protegen de los males , nos dan la comida y cuidan de  nuestra salud”. Esta fue su contestación.

El hombre  retoma nuevamente su camino despidiéndose de mí. Parece contento. Con renovadas fuerzas prosigue  su camino al tiempo que yo intento seguirle para continuar  en su compañía. Por unos momentos parece que lo consigo, sin embargo  rápidamente se va alejando hasta contactar con otros compañeros. En ese momento camino sólo,  y en mi soledad me doy cuenta del momento mágico que acabo de vivir, al tiempo que me hace sentir parte de este pueblo, de su cultura y de sus mas antiguas tradiciones.

El sol brilla con fuerza, por lo que he de tapar  mi cabeza con un ancho sombrero al tiempo que unas oscuras gafas de sol protegen mis ojos. Casi a punto de llegar a nuestro campamento,  alguien se cruza en mi camino y me saluda: “Buena suerte amigo: que tenga un buen viaje”. Esa figura, ese rostro, esa voz, ¡ es el porteador ¡.  A pesar de mi atuendo montañero  me ha reconocido entre tanta gente.  Que alegría verle de nuevo. El ha terminado la  faena por hoy  y vuelve a su pueblo en la montaña con unos pocos soles en su bolsillo.  Yo he vivido, seguramente, una experiencia de vida que quedará para siempre en mi recuerdo.

Ningún souvenir, ninguna fotografía, nada, será tan gratificante ni tan duradero  como el recuerdo de aquel momento en el que un pobre viajero como yo compartió su saquito de hojas de coca con aquel porteador que amaba las montañas.

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