Nuevo relato de viaje: Cusco Entrañable y Eterna Ciudad Inca

Añadimos un nuevo relato/cuaderno de viaje. Esta vez vamos con CUSCO, Perú de manos de nuestra experta en Perú Mari Carmen Valades.

Un artículo muy interesante que no puedes dejar de leer.

CUSCO

ENTRAÑABLE Y ETERNA CIUDAD INCA

Najay, tucuyquin hatun Cosco

(“Yo te saludo, gran ciudad del Cusco”. Los quechuas se dirigían así a esta ciudad cuando llegaban a ella)

Desde la ventana del avión ya veía los tejados rojos de esta colosal ciudad que guarda en sí tres dimensiones, distintas, pero muy unidas: el Q´osqo, capital del antiguo imperio, ciudad de sabios muros incas; Cuzco mestiza, con sus románticas balconadas coloniales y el Cusco actual, orgulloso de su identidad quechua, raza ya eterna a la que no preocupa el paso del tiempo.

De nuevo estaba pisando este suelo, a sus 3.360 metros de altitud, buscando, como si de un ritual se tratara, los cerros sagrados que lo rodean, para sentirme cobijada por sus Apus, los espíritus que los habitan. Uno de ellos, el Condoroma, habla orgulloso de su identidad: “Viva el Perú glorioso. Pachacutec”, dice, en inmensos caracteres hechos con hileras de piedras sobre una de sus laderas. Es la herencia de esa costumbre, anterior a los Incas, según la cual los andinos reflejan ideas y datos gráficos sobre el lecho de su Madre Tierra, Pachamama.Catedral Cusco

¿Una jaladita? Insistía a mis espaldas un chibolo, uno de esos muchachos que, quieras o no, te llevan el equipaje. Ahí no más, le dije cargándolo yo, con la terca idea de que a esta altura mis pulmones resistirían el peso de esos inútiles enseres occidentales con que nos empeñamos en viajar. Aunque traigas la mente preparada a adaptarse a este lugar y su cultura, nuestro cuerpo no se aclimata tan pronto a un cambio de altura tan brusco, cuando llegas en avión desde Lima, al nivel del mar. Te falta oxígeno al respirar y al mínimo esfuerzo gratuito, te agarra el soroche. Y me agarró. En anteriores ocasiones había llegado al Cusco en tren desde el Lago Titicaca, a 3.827 m.s.n.m. y por tanto, ya estaba habituada a la inmensidad de estas montañas. Pero esta vez había ascendido a los Andes “de repente”, y es de este modo como se siente el mal de altura.

Lo mejor que podía hacer era sentarme tranquilamente a tomar un mate de coca, de los que en el aeropuerto tienen ya preparados, esperando a los gringos que llegamos desprevenidos. Desde allí se pueden ver las casas de barro ocre rojizo, del mismo color que la tierra, formando un bello y armonioso conjunto. No es de extrañar que a aquellos foráneos extremeños que llegaron en el siglo XVI les recordase tanto a su “tierra de barros” tan rica en arcilla, con la que aquí los Incas hicieron sus artísticas y misteriosas vasijas de utilería y rituales.

El Cusco está situado en una taza u hondonada entre tres grandes cerros que sobrepasan los 4.400 metros de altura y lo abrigan, haciendo de él un valle fértil y hasta cierto punto, cálido: el Huanacaure (joven fuerte), Anahuarque (esposa del Inca Pachacutec) y Senqa (nariz). En su vertiente interior otros cerros menores conforman el perímetro de la ciudad: Sacsayhuaman (“cabeza jaspeada”), Pachatusan (sostén del mundo), Condoroma (cabeza de cóndor) y Pijchu (cima).Cusco La Compania

Los cusqueños relatan dos leyendas para explicar el origen de su ciudad: según la primera, los primeros Incas, Manco Cápac y Mama Ocllo, pareja enviada por Huiracocha, surgieron del Lago Titicaca con una vara de oro que el dios les entregó para que buscaran una tierra fértil, donde al hincar ésta, se hundiera. Esto sería señal de que el lugar era el adecuado para establecer su asiento y fundar su imperio. Según otra leyenda, los enviados fueron cuatro hermanos, los Ayar: Manco Cápac, Ayar Auca, Ayar Cache y Ayar Uchu, con sus mujeres. Estos surgieron de un cerro llamado Tamputoco (casa de ventanas), situado en el mítico Pacarectampu. Ambas leyendas relatan que Manco Cápac asomó al valle sobre el cerro Huanacaure, lugar donde desapareció la barra de oro. Desde entonces, este Apu es el más importante adoratorio de los Incas y allí hacen ofrendas a sus seres divinos.

Los Incas adoraban como dios creador a Huiracocha y al sol Inti, dios más tangible y cercano a ellos, del que se consideraban hijos. En la jerarquía le seguía la luna, Quilla, su esposa, el rayo, Illapa, las estrellas, Qoyllur, el arco iris, Cuichi, el agua, Mama Cocha y todos los demás elementos de la Tierra, la diosa madre Pachamama: ríos, cerros, manantiales, rocas, árboles, etc. Por eso hicieron adoratorios en cada uno de estos lugares, considerándolos huacas, sitios ú objetos sagrados. Actualmente los quechuas mantienen vivas sus creencias, ritos y costumbres. En cada acto que emprenden, como viajes, construcción de una casa, cultivos, etc, hacen su ofrenda y cuando beben, “pagan” antes a la Pachamama, derramando unas gotas del líquido sobre ella.

También yo había realizado mi “pago” a la Pachamama al emprender mi viaje, depositando unas piedras en la tierra, simbolizando pertenencias y medios de transporte utilizados. Y en verdad te sientes premiado cuando llegas a esta entrañable ciudad. Según vas acercándote al centro -no se puede decir antiguo, porque toda ella está construida sobre edificios antiguos- notas que algo muy importante se está haciendo esperar a tus ojos: las calles, con muros de piedras incas son cada vez más perfectamente trazadas, los sillares mejor tallados y ensamblados. Es un recorrido cuya belleza va “in crescendo”: un preludio de la entrada a lo que constituía el centro sagrado de este imperio, donde se encuentran los templos, adoratorios y palacios imperiales en los que residía la élite inca: el soberano y su familia, la panaca real, los sacerdotes y las acllas ó vírgenes del Sol, los nobles (orejones) y los jefes del ejército, los sinchis.

Rodeando el centro, se ven las Pacchas. A nosotros nos parecen fuentes, pero en realidad son adoratorios, lugares de culto al agua. No en vano, bajo la ciudad discurre el río sagrado Saphy, cuyas aguas los Incas enterraron y canalizaron para no ser ensuciadas, formando parte de sus centros sagrados a modo de fuentes, manantes y lagunas artificiales, con fines rituales. El viajero paraba en ellas para beber o tocar sus aguas, en acto de armonía con la Naturaleza. Cuando me acerqué a la primera paccha, que brota bajo un gran disco solar que representa a P´unchau (el sol incidiendo sobre la tierra), lo que encontré fueron parejas de enamorados y un anciano hablando en quechua a un niño. Probablemente le estaba contando historias de sus abuelos; así denominan en general a sus antepasados, los Incas. Estos son lugares de confidencias, y la costumbre de contar relatos antiguos perdura hasta hoy.

En la antigüedad las culturas andinas no utilizaron la escritura, sino que transmitían los conocimientos oralmente de generación en generación, manteniendo con asombrosa memoria estos relatos, que siguen vivos aquí, en una tierra donde no existen pasado ni futuro. Todo está reunido en el presente, y en cuanto a los cambios que sufre la historia, cada cierto tiempo se vive un “Pachacutec”, que es un vuelco de todo, como un volver a comenzar de nuevo, para hacerlo mucho mejor.

Me encontraba en la Avenida del Sol, la arteria más importante del Cusco, que conduce directamente a la Plaza de Armas ó Huacaypata en quechua. Encabezando esta vía y haciéndonos sentir pequeños, se alza una colosal figura de Pachacutec, el noveno soberano inca, el “Transformador del Mundo”, que llevó a su plenitud el imperio, conquistando la mayor extensión de territorio que llegaron a poseer, desde mitad de Chile a Pasto, en Colombia, todo Perú, Ecuador, Bolivia, parte de Argentina y Brasil. La estatua dorada nos está recordando: todo esto lo engrandecí yo, lo civilicé, lo urbanicé, lo llevé a la gloria. El construyó todo lo que forma parte del Cusco imperial, dándole con estos nobles edificios la categoría de capital.

De nuevo, como en un ritual, seguí en dirección al Huacaypata. No concibo la llegada al Cusco sin pasar por su plaza principal antes de dirigirme a cualquier otro lugar, pues la plaza es el centro vital, donde todo confluye, tanto geográfica como socialmente. Pero antes de llegar, en el camino ascendente y bajo este tenaz sol que atraviesa un nítido cielo turquesa, tuve una de las visiones más placenteras de esta ciudad: a mi derecha tenía el Coricancha, el principal complejo sagrado con templos al Sol, la luna, estrellas, y todos los elementos celestes. Sus paredes estuvieron completamente cubiertas por planchas de oro y en él se guardaba el gran disco solar. Tras haber sido convertido en tiempos de la Colonia en el Convento de Santo Domingo, actualmente ha recuperado su identidad indígena. Los religiosos dominicos ahora habitan un edificio anejo y este recinto vuelve a ser el Coricancha, “Recinto de Oro”.

Ante el templo se extiende un gran “Jardín de Oro”, donde fueron encontradas numerosas figuras trabajadas en oro macizo que representaban llamas, árboles, personas y frutas sagradas dedicadas al sol, junto a fuentes y adoratorios. En este recinto se viene celebrando, como hace más de quinientos años, la gran Fiesta del Inti Raymi, en que los quechuas rinden culto al sol cada 24 de Junio, comienzo del solsticio de invierno. En la capital del Imperio se reúnen gran número de quechuas que acuden desde todo el Perú, de las cuatro partes del antiguo Tahuantinsuyu. Los rituales tradicionales son celebrados en el Coricancha por una persona que representa al Inca, acompañado de sus sacerdotes y vírgenes del sol. El gran Jardín de Oro es el escenario de las danzas, cantos y oraciones que el pueblo quechua dedica al sol. Posteriormente, todos se dirigen al cerro de Sacsayhuaman, donde realizan ofrendas y oran para que su padre, Inti, no esté mucho tiempo alejado de la tierra y beneficie con su calor las cosechas de maíz, papas, quinua y otros cereales. Por la vigencia de estas creencias, la fiesta no es una representación sino una vivencia profunda.

La última vez que estuve aquí, en el Cusco, fue para participar en esta gran fiesta. No puedo negar que me impresioné hondamente cuando el sol asomó por una de las esquinas del Coricancha, posando sus primeros rayos sobre el gran disco solar P´unchau, de manera que éstos eran reflejados sobre la túnica de planchas doradas del Inca, haciéndole resplandecer como el mismo “Hijo del Sol”, Intiq Churin.

En aquél día festivo alguien me dijo: “debes saber que en los Andes no hay creencia religiosa sin fiesta, ni fiesta sin trago”, así que me dejé llevar junto a los demás participantes hasta el Huacaypata para tomar rituales tragos de chicha. Este destilado de maíz fermentado es su bebida sagrada y la consumen para entrar en contacto con el mundo superior, el Hanaq Pacha, trance que, si va acompañado de la euforia que da el alcohol, se les hace más apetecible.

Ahora en la plaza no había algarabía. En los soportales coloniales que recorren el recinto cuadrangular, veía sentadas a las mamachas serranas que vienen a vender textiles, ponchos, chompas (jerséis); a los artesanos, bohemios practicantes del culto al sol, cuyas creencias reflejan en su fino arte de grabar la plata con símbolos indígenas; también pasan por aquí los habladores, contadores de historias antiguas y chibolos que venden o hacen trueque con sus acuarelas y chumbis, esos cinturones de lana con los colores del arco iris, que es la bandera del Tahuantinsuyu y representa los siete rayos de la sabiduría. Los quechuas consideran que este imperio sigue vivo en su interior y lo aplican a su geografía: a su tierra la llaman Perú los mestizos, criollos y blanquinosos, pero ellos siguen nombrándola en quechua, cuyo significado es “Reino de las Cuatro Regiones”.

El Huacaypata puede considerarse la primera plaza cuadrada que habitaron los españoles. Sirvió de inspiración para las que posteriormente edificaron en la península, que hasta entonces habían sido ovales, circulares o irregulares, como la del Trujillo extremeño, cuyos soportales quiso reflejar Pizarro cuando construyó en 1.534 el Cuzco colonial sobre este Q´osqo inca. Esta es la única plaza del mundo que alberga dos iglesias con categoría de catedral: la principal y la de la Compañía, los máximos ejemplos del barroco mestizo en el Perú.

Al entrar en la Catedral, te sientes rodeado de la esencia del sincretismo religioso andino. Terminada en el siglo XVII, guarda bellos tesoros artísticos en madera de cedro y pinturas de la Escuela Cusqueña, como la inusual Ultima Cena, cuyas viandas incluyen cuy, el conejillo de indias que es comida típica del Cusco. Su campana, María Angola, es la más grande de América y fue fundida en bronce y oro, lo que hace su tañido tan potente que se escucha en 40 kilómetros a la redonda.

El perímetro de la plaza lo conforman los antiguos palacios reales. Cada soberano se construía uno distinto, dejando el del antecesor como mausoleo, donde su familia veneraba el mallqui, su cuerpo momificado y a la estatua que le había acompañado en vida, que representaba su otro “yo”: su huayque ó hermano. Los muros nobles que hoy dan vida a restaurantes, librerías, cafés, discotecas, pertenecieron a los Incas Sinchi Roca, Viracocha, Inca Yupanqui, Pachacutec y Huayna Cápac, junto a un Aclla Huasi, Casa de las Vírgenes del Sol.

La plaza es tranquila y apacible. Pero en la antigüedad era el lugar donde se celebraban los rituales del llanto. Huacaypata significa “Lugar del llanto”, donde se ofrecían quejidos y lamentos al Sol para conmiserarse con él, pero el rito no era tan amargo, pues después se pasaba a la plaza contigua, que llaman del Regocijo ó Kusipata, donde procedían a las más sonoras algarabías para alegrar a Inti.

En mi recorrido, que me resistía a dejar de considerar como ritual, por este Cusco mágico, seguí estas pautas y me dirigí al Kusipata. Unos altavoces emiten día y noche melodías para el regocijo de los viandantes. En sus bancos leen, charlan e incluso dormitan aquellos que buscan un momento de armonía. Ya veo que aquí el ocio como tal no existe, pues si no tienes nada que hacer, al menos, escuchas música. Los tres principios que regían el comportamiento de la sociedad inca y que perduran hasta hoy son: “Ama sua, ama llulla, ama q´ella”, No mientas, no robes, no seas ocioso. Como en respuesta a mis dudas sobre esto, noté la presencia de un “lustrín”, jalándome mis botas para limpiármelas. Al decirle que yo le daba lo que necesitara sin más, insistía en ofrecerme otra cosa a cambio: dulces, jarritas de barro, algo para completar el trueque, para saberse merecedor de esos soles. Verdaderamente, tenía ante mí la nobleza del quechua.

Elegí bien el lugar donde hospedarme: el hotel ocupa la antigua hacienda de un capitán de la Colonia en esta plaza, donde los Incas habían tenido previsto construir sus futuros palacios reales. Apenas entré a su patio soleado, me ofrecieron de nuevo un matesito de coca, gentileza del cusqueño allá donde vayas. Creo que se compadecen de los blanquinosos que los visitamos, cuando ven nuestras caras, más pálidas que de costumbre, con nuestro empeño en recorrer toda la ciudad recién llegamos, sin darnos un tiempito de descanso para aclimatarnos a su altura.ValleSagrado Mercado

En vano fue la preocupación de la camarera: “Pero mamita, ¿irse a caminar ahorita no más?”, y rápidamente me lancé de nuevo a recorrer las tortuosas calles de esta bella ciudad, abierta a cualquier hora para el visitante. Crucé el Kusipata y el Huacaypata para enrumbar la pendiente del Hatun Rumiyoc, nombre de la cuesta “que guarda la gran piedra”. Esto significa que en esta calle se encuentra la conocida Piedra de los doce ángulos, en la pared del palacio de Inca Roca. Junto a sus muros había sentado un ciego tocador de arpa, desgranando en quechua un triste huayno. En sus letras lloraba por el pasado esplendoroso de su raza. Al escucharlo comprendí lo que aquí llaman el “lamento andino”.

Frente a la gran piedra, se abre el patio de una antigua casona colonial, en el que me introduje sin ningún pudor. En una de sus buhardillas encontré a un musicólogo local, que me invitó a pasar un rato charlando sobre los antiguos instrumentos y canciones quechuas, deleitándome con música de sus charangos, quenas y zampoñas, en un gesto muy propio de esta hospitalidad cusqueña. Le propuse un trueque por uno de sus charangos, y me aceptó sin dudar mi obsoleta plancha de viaje.

Calle arriba sobre este suelo empedrado, no dejó de causarme admiración el ingenio con que los chibolos escondidos en los portalones y con tímidas sonrisas, aplican su picardía al extraño: habían pulido las losas con jabón, con lo cual, la subida se torna, a más de empeñosa, en una posible caída apoteósica, que causará la total hilaridad de cuantos la presencien. Es el comienzo del antiguo Tococachi, ahora llamado Barrio de San Blas, el más emblemático de la ciudad por su fusión arquitectónica entre lo inca y lo español y porque en él se encierran dos joyas del arte colonial: el Púlpito de San Blas, dentro de la iglesia del siglo XVI, y los talleres de artesanía de los Mendívil. El Púlpito es una talla realizada en una sola pieza de cedro, dicen que la más fina del arte virreinal del Perú, por un tallador indígena llamado Juan Tomás Tuirutupa. Entre las numerosas figuras diminutas de santos, demonios, vírgenes, fieras y rocalla, se encuentra una calavera, supuestamente del autor de esta pieza que esconde misteriosas leyendas. Los Mendívil fueron la familia de artesanos más antigua del Cusco, pintores de los famosos ángeles de largos cuellos que representan la tradicional “Escuela Cusqueña” y sus predecesores conservan el oficio con sus pinturas y textiles en estas nobles casonas en cuyos patios exhiben este arte atemporáneo.

Entre tanto pasado palpitante, me ganó el tiempo y la noche cayó “de repente”, como al parecer, ocurre todo aquí en el Perú. Puedes viajar por el desierto costero y encontrarte de repente en las alturas de los Andes, a menos de 30 kilómetros; puedes pasar desde montañas con picos nevados a la cálida selva en una hora de camino. También los amaneceres y ocasos se suceden de repente, cada doce horas. Quizá estas características influyen en la costumbre del peruano de aplicar esta expresión a un sinnúmero de situaciones: ¿vendrás luego? es respondido con un de repente… ¿te gusta este sombrero? de repente… Parece que quiere llover.. de repente. Así sientes aquí a los cusqueños. Llegas como un extraño, y de repente te has convertido en su hermano, pues ya te llaman huayque.

Por la noche en Cusco te has de dejar llevar hacia el alegre bullicio de sus cafés literarios, restaurantes y originales discotecas. En ellos te encuentras, entre pinturas insurgentes, a eruditos quechuólogos, bohemios noctámbulos que recitan en corrillos poesías cargadas de un indigenismo nostálgico y no por ello desfasado -lo que llaman neo-incanismo-, viajeros errantes que un día detuvieron su andar en este punto donde todo confluye, sin saber entonces que éste era el paraíso que habían estado buscando. Los suelos de madera de las antiguas casonas coloniales crepitan bajo las modernas danzas de visitantes y locales, que al compás de músicas con marcado carácter indigenista, viven delirios del nuevo incanato.

Es muy probable que en Cusco el sol de la mañana te sorprenda de repente, si has vivido el adormecido canto de los portales, donde igual encuentras a un curandero con sus pusangas, que a un viejo conocido de tu lejano continente, del cual habías perdido la pista durante años. Los cusqueños consideran a éste un punto central, que a su vez cierra el círculo de energía en el cual se mueve el ser humano. Los Incas concebían su imperio como un gran círculo dividido en cuatro sectores, las cuatro regiones. El centro de este círculo era el Cusco, en el cual reprodujeron las cuatro partes de su gran territorio, por medio de barrios, representativos de cada cual. A la vez, identificaban el cosmos con la geografía y con el interior del ser humano: esta es la base de la Cosmovisión Andina. Por ello, en el centro de esta ciudad, origen de los cuatro caminos que se dirigían a cada región, origen del poder, confluye toda su energía. Si la energía de cada persona atrae a otras, es aquí donde convergen.

Valle Sagrado ChincheroVoy demorando”, me repetía con reproche a mí misma, queriendo llegar antes del amanecer al Mercado Central, frente a la Estación de ferrocarril de San Pedro. Estaba amaneciendo a las seis de la mañana y ya habían abierto los puestos. Desde las cuatro y media empiezan a llegar las mamachas y taytas (ellos se denominan “mamá” y “papá” en quechua y lo mismo dicen al visitante). Mientras terminaban de colocar con exquisito gusto su inmensa variedad de papas, de las que cultivan más de 200 tipos, frutas y cereales, me introduje en ese torbellino de polleras multicolores -las mujeres adultas llevan 7 o más superpuestas-, sus sombreros blancos, de Ayacucho, de hongo negro, del Titicaca, planos con colores, del Cusco, y sus mantas que sirven para cargar a las huahuas (bebés). Los taytas vienen con sus chuspas, las bolsitas donde portan las hojas de coca, para mascar durante todo el día, mientras abastecen el puesto, donde vende o hace trueque la mujer. Un intenso olor recorría todo el mercado, dominando sobre los demás: estaban haciendo chocolate, el producto afrodisíaco que consumía Atahuallpa y que tanto gustó a los españoles. Buen desayuno, me dije, y me senté ante un tazón hirviendo. Desde allí podía ver cómo funciona el trueque andino: “tú me das algo que necesito a cambio de algo que te guste”; no sólo se cambian alimentos, sino tejidos, herramientas ó recuerdos personales. Dos amigos se afanaban en cambiarse unos cigarrillos por una botella de un licor extranjero, vacía, para adorno.

De la Estación de San Pedro sale el tren hacia Machu Pijchu, en un recorrido lento e impresionante, elevándose en los cerros, sobre el Cusco, por medio de un ingenioso zig zag, que consiste en dirigir la máquina para adelante y para atrás. La idea me tentaba, pero antes, debía completar mi recorrido por el Cusco, dirigiéndome hacia Sacsayhuaman. En este cerro se eleva la triple muralla de enormes piedras incas, con forma del rayo, Illapa, que es parte de lo que ha quedado después del desmembramiento que sufrió en la Conquista, y con cuyas piedras se construyeron nuevas casas. Porque aquí estuvo el segundo gran Templo del Sol, después del Coricancha, formado por tres inmensas torres, una de ellas de base circular como símbolo del sol. De ella partían galerías a modo de rayos. Hoy sólo quedan los cimientos, pero en su interior los quechuas continúan haciendo ritos de captación de energía, porque en este lugar entran los primeros rayos de la mañana sobre el cerro. Nunca antes me había preguntado más acerca de esto, pero cuando pisé ahora, por primera vez este recinto, comprendí su misteriosa simbología: el Cusco fue construido con la forma del ser tutelar de la ciudad, el puma, cuyo tronco corresponde al centro, el corazón al Coricancha, y el río Saphy a su columna dorsal. La cabeza era Sacsayhuaman, “cabeza jaspeada”; las tres murallas en zig zag era la poderosa dentadura, preparada ante cualquier ataque de extraños, los dos torreones laterales, de vigilancia, las orejas, por donde escuchaba, y el torreón circular, el sol, era su ojo, por donde percibía la luz, la sabiduría.

¿Puede uno ignorar la maestría de los Incas al transformar el terreno en el que vivían en lugares cargados de misterios, símbolos y sabiduría? Estas incógnitas, más la belleza del Cusco, su gente hospitalaria y entrañable, sus colores vivos como el arco iris, su melancólica música y su concepto sagrado de la tierra, me acompañaban desde lo alto del cerro, donde estuve muchas horas sentada observando este Sol, que aquí, en el Cusco, habla.

Lugares destacables en Cusco

1. CORICANCHA

Templo principal inca dedicado al Sol y divinidades celestes, encierra diferentes templos para cada advocación. Sus piedras son las mejor talladas de la ciudad. Convertido en la Colonia en el Convento de Santo Domingo, conservó sus templos como capillas, por lo que en la actualidad se pueden ver en estado original. Contiene uno de los pocos muros curvos construidos por los Incas, que correspondía al Intihuatana, lugar de observación del sol.

2. CATEDRALCatedral Cusco

Comenzada a construir en 1.550, representa el esplendor del barroco mestizo en el Perú. Sus artistas, indígenas, reflejaron, no sólo temas católicos en sus tallados, sino símbolos incas, en una mezcla trepidante de imágenes platerescas y barrocas. La custodia, de oro macizo, es una joya inigualable. Guarda más de 400 pinturas de la “Escuela Cusqueña” del barroco. La imagen más venerada, el Cristo de los Temblores es una figura de 26 kilos de oro.

3. MUSEO ARQUEOLÓGICO

Guarda piezas de cerámica y madera inca imperial, grandes cerraduras incas, momias y cráneos trepanados, que denotan la eficacia de estas operaciones, de las que el paciente sobrevivía. También hay cráneos con deformaciones rituales y otros con el hueso epactal, propio de la raza inca.

4. BARRIO DE SAN BLAS

Desde sus empinadas calles se tiene una visión panorámica del Cusco. Los muros incas soportan paredes encaladas, con balcones de caoba coloniales. Aquí viven los artistas, escritores, talladores, y venden sus obras en los talleres que recorren sus calles.

5. MERCADO CENTRAL

En la Plaza de San Pedro, donde se vende o se hace trueque de todos los productos andinos. Aquí se puede comprar hojas de coca, para combatir el mal de altura, comer “al paso” o encontrar viejos ponchos prehispánicos.

6. CAFÉ LITERARIO “VARAYOC”

Centro de reunión de noctámbulos bohemios, con exposiciones de pintura, donde saborear el Pisco Sour, combinado típico. Sobre él, la discoteca KAMIKASE “reúne a locos responsables”, se anuncia. Música local en vivo y tragos como “Camino a la Ruina”, “Lucha de Clases” o el mismísimo “Cianuro”.

7. SACSAYHUAMAN

Complejo arqueológico en la parte superior del Cusco, que comprende la triple muralla de Sacsayhuaman, el templo dedicado al inframundo de Q´ENQO, lugar de momificación inca, fortaleza de observación en PUCA PUCARA y los baños rituales del Inca, en TAMBOMACHAY.

8. PÍSAC

Antigua ciudad en el Valle Sagrado de los Incas, con templos dedicados al sol y la luna, en la parte alta. Bajo el cerro, la ciudad colonial celebra todos los domingos su mercado indígena, lleno de colorido, donde acuden los varayoc ó jefes locales nativos, ataviados con sus ponchos rojos y sus varas de mando.

9. OLLANTAYTAMBO

Ciudad sagrada en el Valle del Vilcanota, con templos, andenes, depósitos incas, frente al cerro que reproduce la gran imagen del dios Tunupa, trabajado por el hombre. Sus habitantes, los Huairuros visten poncho corto rojo y sólo hablan quechua.

10. CHINCHERO

Es conocida por ser la ciudad de más bello colorido cuando el sol se pone, cobrando un tono rojizo, que baña su mercado indio. Su iglesia es la única cuya torre es independiente del templo y guarda pinturas murales de la Colonia.

Maria del Carmen Valadés

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